El Edificio

El Edificio
Los restos conservados definen una sencilla construcción de pequeñas dimensiones formada por una sola nave rectangular construida a base de encofrados de cal y gruesos mampuestos de caliza, a excepción de un pequeño paño junto al presbiterio en el que se ha empleado ladrillo, reminiscencia según algunos autores de una edificación anterior, y de la que su hastial occidental ha desaparecido, al igual que su cubierta. Al mediodía y sobresaliendo ligeramente del muro, se abre una portada, en este caso de buena sillería, la cual se articula mediante un arco de medio punto y cinco arquivoltas que apoyan en impostas y columnas, hoy desaparecidas, rematadas por capiteles.
 
La nave se une a través de un arco triunfal de medio punto doblado y apoyado en unas columnas geminadas –intensamente expoliadas, pues de ellas apenas quedan seis tambores del fuste del lado de la epístola? que rematan en sendos capiteles historiados, los más interesantes de la escultura del templo. Su cabecera se subdivide en un primer tramo presbiterial cubierto con bóveda de medio cañón y un ábside semicircular cerrado mediante una bóveda de horno, toda ella trabajada con sillares calizos de buena labra. Tanto al interior como al exterior el ábside se pauta con tres tramos centrados por tres vanos, ventanitas de medio punto que organizan el muro. Fuera éste se divide en tres paños mediante dos semicolumnas, cada uno con una de estas ventanas abocinadas sobre columnillas rematadas en capiteles decorados, mientas al interior son cuatro las columnas adosadas que forman tres arquerías enmarcando cada uno de los vanos, que reposan sobre columnillas apoyadas sobre una imposta ajedrezada y descansadas finalmente sobre un zócalo a ras de suelo.
 

 

Capiteles, como ya se dijo, y alero acogen lo más señalado de su labra ornamental. En la cornisa se conserva un buen número de canecillos parcialmente erosionados, identificándose representaciones de cabezas de animales –bóvidos?, rostros humanos –uno barbado y posiblemente otro femenino con el cabello al viento?, así como otros vegetales, no faltando los capiteles lisos. La estructura y compartimentación de la cabecera absidal, guarda una gran semejanza con la de la ermita de San Vicente Mártir de Pospozuelo, ubicada en la cercana localidad de
 
Fuentesoto, confirmando la categoría provincial y de taller de esta obra en relación con canteros itinerantes.
 
Debido al avanzado deterioro del edificio los restos  decorativos conservados se limitan a los realizados en piedra, si exceptuamos algunos vestigios de pintura en los lienzos norte y sur de la  nave, en  los que se  adivinan unos despieces de sillares o agramilado, muy común en los edificios de este signo, con cronologías muy laxas a la espera de confirmar su valoración definitiva, que oscilan desde la de la construcción románica al siglo XVIII, y lo que aparentan ser unos motivos vegetales, todo ello pintado en tonalidades rojizas, llevándose a cabo un análisis más detallado sobre los mismos en un momento posterior de la intervención.
 
 
 
Por el contrario, tanto en la portada meridional como en la mayoría de los capiteles conservados, se aprecia una variada decoración.
 
Decoración que en unos casos presenta motivos vegetales tales como los zarcillos ondulantes terminados en palmetas del arco de medio punto y algunas roscas, además de las hojas de helecho de uno de los capiteles de la portada meridional ?por otro lado similar a los de San Vicente de Pospozuelo?, o las hojas de eucalipto de los capiteles del interior del ábside; y en otros, la mayoría, ornados con representaciones figuradas de animales –aves y cuadrúpedos, posiblemente equinos? y hombres. Entre estos últimos ha de destacarse como el más cualificado y reconocible, el capitel del lado norte del arco triunfal, en donde se desarrolla la reconocible iconografía de "Sansón desquijarando al león" acompañado de una figura que ha sido descrita como un personaje con lanza vestido de forma "arabizante", con unos rasgos que, según Ruiz Montejo, se asemejan a las figuras del pórtico de San Esteban de Gormaz, aunque más nos parece una versión local de la figura femenina que aparece junto a Sansón en el  capitel  de  Santa  María de  la  Peña de  Sepúlveda, reconocida por algunos como Dalila (incluso provista de un cuchillo para cortar el pelo del héroe se la representa a veces), con lo que se figurarían aquí dos episodios: el de la plenitud y triunfo de Sansón cuando era puro servidor de Dios y el de su derrota a manos del pecado encarnado en la debilidad y en Dalila. Sansón, especie de Gilgamesh o Hércules judío, toma su fuerza de los cabellos (de ahí la profusión de sus rizos al viento en casi todos los representados, incluido éste), como legendariamente ocurría con el propio león, es prefiguración de Cristo y su enfrentamiento con el felino, de la victoria de Jesús sobre Satanás: así como Sansón abre la boca del león, Cristo abre las puertas del infierno.
 
Su par en el costado sur también empareja a un hombre y una bestia y, según la misma autora, se trataría de un personaje vestido al estilo de los campesinos musulmanes sujetando a una res por su cornamenta –quizás  otra lucha contra el animal, similar al clásico motivo mitraico?, y la representación de un "monstruo cuadrumano", motivo muy empleado en la iconografía del románico soriano.
 
Poco puede decirse del desarrollo de un programa iconográfico en las paredes de San Miguel, pues, como ya anticipamos, la inclusión de ornamentaciones y figuraciones en este tipo de templos suele ser simplemente una cita descontextualizada (y a veces mal comprendida) extraída de los ejemplos mayores, modélicos y admirados a la par, del  románico  internacional  y de  los grandes centros, sin que quepa ofrecer lecturas complejas o desarrolladas y autónomas. Y cuando estas pudieran producirse, puede que hayan sido mediatizadas por circunstancias y datos que se nos escapan como, en este caso, la situación de ruina y pérdida de posibles elementos y la cuestionable complementariedad con una decoración pictórica de la cual apenas queda la sombra de una ruina aún mayor.
 
Así las cosas sólo cabe afirmar algún aspecto general, como la disposición, flanqueando el espacio del presbiterio, de dos capiteles, los más granados del edificio, dedicados al tema de la lucha contra un animal (pese a la falta de identificación del meridional, creemos que esta debe ser una interpretación unívoca), con lo que se reafirma el espacio más sagrado del templo,  el sancta sanctorum, como el destinado a obtener el definitivo triunfo del bien sobre el mal gracias al sacrificio de Cristo representado en la Eucaristía que allí se celebra. Sansón, sito en el lado norte (lugar veterotestamentario) y el personaje  de su frente basan el arco triunfal con su lucha, la  del dominio del  hombre  y  de  su espíritu sobre la versión animalesca del mal, los instintos y la violencia en sí: en ambos  casos  símbolos  parlantes  de  la  victoria  de  Cristo  sobre  el  demonio.  En definitiva no es otra cosa que la vieja lucha mitológica de los griegos del hombre contra su propia hibris (aquí llamada pecado), en versión cristianizada y muy local. No otro programa cabría esperar en un templo dedicado al arcángel Miguel, por otra parte. Campeón de las milicias cristianas y psicopompo o fiel del juicio de las almas, San Miguel al mismo tiempo representa idéntica victoria del bien sobre las fuerzas demoníacas, sea sobre Lucifer, el ángel caído y expulsado al Averno, sea sobre el dragón al que alanceó y mató. De hecho cabe buscar alguno de estos motivos entre los poco legibles de los muros de esta iglesia, sin descartar que los personajes del exterior de la ventana central, uno de ellos de apariencia femenino por sus largos cabellos también propios del ángel, puedan ser precisamente una de estas parejas maniqueas: la lucha del bien y del mal. Una interpretación más radical, que no queremos apurar, de esta insistencia sobre la pugna entre fuerzas antagónicas podría tener una lectura histórica en el origen fronterizo del asentamiento, destinado a dar cobijo precisamente a quienes, con las fuerzas cristianas se enfrentan a laa infieles, según un esquema de iconografía de reconquista que, con una lectura mucho más compleja e intelectualizada, ha asido descrita en los centros mayores de Románico peninsular.
 
En otro orden de  cosas, la  preferencia  señalada  del  ábside  para  ofrecer motivos vegetales (palmetas, etc.) en los capiteles que rodean el altar puede ser leída, por tanto, como figuración del Paraíso, representado por la abundancia de plantas y vegetaciones exóticas, que prefiguran la Segunda Venida gracias a ese triunfo. Sería por tanto, asimismo, una versión fitomorfa de la habitual "abstractización" de los espacios sagrados, que reducen y llegan a eliminar las narraciones figuradas a medida que se penetra en el espacio más sagrado entre lo sagrado, circunstancia que dota a esa ubicación de simbología más críptica y universal y que, en este caso, refrenda su carácter de premio (el Edén) tras la lucha. ¿Se trata, si esta lectura tan genérica es correcta, de Adán y Eva la pareja situada en la ventana central  del ábside al exterior? De  ser  así,  confirmaría la intención de estos ornatos y su ordenación con un sentido, aunque sencillo, de honda trascendencia simbólica.
 
Los canecillos, a menudo reservados para una profusa identificación de vicios  y  virtudes,  una  especie  de  repertorio  no  sistemático  de  advertencias  y consideraciones al margen, están aquí dominados por los meramente geométricos o animalescos: ¿un zodiaco o un calendario, una sucesión de vicios, imágenes propiciatorias de las bestias que conviven con el hombre…?. Mientras que la portada meridional ofrece la contraposición entre un lado (la izquierda de la portada, derecha del observador) defendido por seres temibles: dos cuadrúpedos (quizás felinos) que comparten cabeza y una arpía de alas explayadas coronada por una (o varias) serpiente: al opuesto, donde sólo conservamos un capitel que, más tranquilizadoramente, nos ofrece un motivo vegetal de nuevo.
 
En cuanto a su genealogía, San Miguel de Sacramenia se encuadraría desde el punto de vista decorativo en el llamado Taller de Fuentidueña, evolución a su vez del temprano centro surgido en Sepúlveda, desde donde las nuevas formas decorativas del románico se difundieron por todas las Tierras de Segovia, según Ruiz Montejo, hipótesis que confirma la toma de modelos iconográficos en el caso de Sansón, como hemos mencionado arriba. También se observan influencias de algunos centros del románico soriano como es el caso de San Esteban de Gormaz, posiblemente trasmitidas por cuadrillas de artífices mudéjares, tan abundantes y de extendida tradición en esas tierras.
 
Cronológicamente, la actual fábrica de San Miguel de Sacramenia se ha venido fechando hacia mediados del XIII –Moreno Blanco?, datación basada en las similitudes estilísticas y estructurales con la ermita de San Vicente Mártir de Pospozuelo. La presencia no obstante de una serie de restos antrópicos reconocidos junto al edificio ?enterramientos antropomorfos, hábitat rupestre y los posibles vestigios de una fortificación?, nos informa de que el lugar ya vendría siendo ocupado por un asentamiento humano al menos desde el siglo X, más en concreto, a partir del año 940, momento en que el conde de Castilla y Álava Fernán González incorporó la villa de Sepúlveda al reino de León, iniciando así la repoblación de las tierras que devinieron en la creación de las Comunidades de Villa y Tierra de Segovia.
 
La ermita de san Miguel se encuentra declarada como B.I.C., con la categoría de Monumento, con fecha 16 de febrero de 1983 (Decreto B.O.E. 18 de abril de 1983).